Hay veces en la vida en las que te viene a la cabeza un gran chiste en una situación jodida y sabes que tienes que aguantarte las ganas de soltarlo, pero no puedes. Es superior a ti, estás poseído por la fuerza atávica del humor – cachondeístico y te tiras de cabeza al abismo.
Y, claro, sucede lo inevitable, que te arrepientes cuando aún no has terminado de soltar la gracieta. ¿Por qué lo hacemos? Larry David, en una entrevista con Ricky Gervais, lo explica muy bien. Simplemente, we take the risk: corremos el riesgo.
Os pongo un ejemplo de esto. Tengo un amigo que trabajó hace mil años de regidor en un programa de Manel Fuentes (“La noche de Fuentes”, creo que se llamaba), que me contó que un día fue como invitada Bibi Andersen. Quique San Francisco tenía una sección donde hacía de las suyas. Todos sabemos que es un cachondo mental y un gran tipo, aunque a veces se le va la pinza un poco.
Bueno, pues cuando Quique vio a Bibi Andersen no se le ocurre otra cosa que saltarse el guión, poner su sonrisa socarrona y decirle: “Bibi, la verdad es que siempre me has parecido una mujer con dos cojones”. Ni que decir tiene que Bibi se levantó de un salto y ahí terminó la entrevista.
Quique San Francisco se quedó con cara de “la he liado, me he pasado tres pueblos”, aunque seguro que la pena le duró poco. Quequé me ha contado hace poco por twitter que él presenció la denominada “Entrevista más breve de la historia” y que se lió una buena.
El caso es que, aunque el chiste era desafortunadísimo, entiendo al bueno de Quique San Francisco porque he pasado por lo mismo alguna que otra vez.
Quique, si no te gusta la cerveza te damos otra cosa.
Os voy a contar alguno de mis grandes momentos . Recuerdo un verano en el que mi novia de entonces (su nombre indio es “Aquella cuyo nombre no se puede pronunciar”) se fue a Londres a hacer un curso de no sé qué. Algunos días curraba en un restaurante para sacarse un dinerito y cuando me llamaba me solía comentar lo simpático que era con ella un camarero pakistaní. Yo le decía: “Como le des un poco de cancha, el pakistaní va a entrar en modo percutor, se te va a enganchar a la pierna y va a hacer el perrito chico”.
Pero no, yo me equivocaba y el tipo era una persona estupenda y yo un malpensado… Hasta que un día me llamó esta chica con un ataque de nervios. El pakistaní se había presentado en el restaurante con la familia al completo (padres, hermanos y abuelos) y el cabeza de familia quería que “Aquella cuyo nombre no se puede pronunciar” le diera el teléfono de su padre para arreglar la boda con su retoño. Quería negociar un matrimonio en toda regla, como era costumbre en su país. El pobre tipo, que parecía un doble de Apu, había malinterpretado las señales y estaba convencido de que “Aquella cuyo nombre no se puede pronunciar” estaba loca por sus huesos.
La situación era bastante desagradable. Ella, casi sollozando, me dijo: “Por favor, Juan, ¿qué hago? Ya les he contado que tengo novio en España y todo eso, pero este tío insiste en tratar el tratar el tema con mi padre directamente. Mi opinión no cuenta, por lo visto.”
Estaba realmente nerviosa la pobrecilla, me imagino el cuadro y ufff…. Era el momento de tomar las riendas de la situación, de desfacer entuertos, de mirar el peligro a los ojos y portarse como una persona madura y responsable. La hora de resolver problemas. Pero, claro, me vino una gracieta a la cabeza y no pude evitarlo: “Tranquila, no pasa nada. Por favor, dile a ese señor que se ponga al teléfono. Los malentendidos se aclaran y no hay problemas…Vamos, que por cuatro cabras, dos camellos y cinco ovejas cerramos el trato con el pakistaní”. Por supuesto, colgó y estuvo dos días sin cogerme el teléfono. Me pasé un poco, vale, pero era superior a mí. El chiste mereció la bronca.
Retrato robot del pakistaní latin lover.
Otra situación similar la viví de Erasmus en Bélgica. Estaba en una cena con españoles y había una valenciana que era gilipollas perdida. Me dijo: “Me han dicho que eres andaluz. Me hacéis mucha gracia. ¿Por qué no nos cuentas un chiste y nos diviertes?” Noté los midiclorianos cachondeísticos invadiendo mi cuerpo, la Fuerza humorística y la tuve que liar. Sabía que si entraba al trapo, iba a ser una cena muy incómoda, pero, qué coño, me dije. Mi respuesta fue: “¿Qué te cuente un chiste? Tú eres valenciana, ¿no? ¿Por qué cojones no tiras petardos y quemas cosas y así me divierto yo?”. Me miró con odio homicida pero yo me quedé la mar de a gusto.
Estos han sido mis momentos estelares, ¿me contáis los vuestros?