domingo, 29 de mayo de 2011

BURIED


Una de las cosas más increíbles de Twitter es que cualquier chorradilla que se te ocurra puede tener mucha difusión. A mí me pasó eso una vez con Buried, la peli de Rodrigo Cortés. Me fui al cine a verla y al llegar a casa escribí una crítica en plan cachondeístico y le pasé el link por twitter a Rodrigo y, mira por donde, le hizo gracia y lo retuiteó. En diez minutos tuve miles de visitas porque además más gente le hizo RT. Creo que es la vez que más público he tenido. Y mira que la tontá no puede ser más grande.

Os la dejo para unas risas.
 
BURIED



Tengo que decir que Buried me ha encantado, es alucinante cómo te puede tener en tensión durante una hora y media un tío encerrado solo en un ataúd con un teléfono móvil. La peli de diez, increíble la interpretación, dirección y, si me apuráis, hasta la fotografía es genial. El guión tiene un trasfondo de crítica a novoyadecirquéqueosjodoelmisterio que no veas.

En cualquier caso, y sin ánimo de ser puntilloso a la peli le pongo algunas pegas:

No entiendo porqué Rodrigo Cortés se ha empeñado en que Buried sea un musical. No resulta nada creíble que, en mitad de la película, quepan en un ataúd 23 coristas, 7 vicetiples y una vedette principal, con su escalera para bajarla al ritmo de “Agradecida y emocionada”.

Nadie puede tener un móvil durante una hora y media y no mirar las menciones de Twitter ni jugar al Angry Birds por muy jodido que esté.

Creo que se han pasado con la publicidad dentro de la película. No es verosímil que un tipo enterrado vivo recite un monólogo sobre las ventajas de la Cuenta Nómina de ING Direct o que se saque una Cruzcampo fresquita del bolsillo y diga mirando a cámara “Esto sí es cerveza”.

No parece lógico que alguien en esa situación llame para interesarse por el partido del Real Madrid – Deportivo de la La Coruña y que entre en directo en El larguero cantando “¡¡¡Coronita, fresquita, uh!!”, se lleve hablando media hora del doble pivote y de la personalidad de Mourinho y no diga nada de que está secuestrado.

Como punto de giro, parece un poco cogido por los pelos que los extraterrestres fueran los responsables del secuestro. Si por lo menos estuvieran experimentando con él, tendría su lógica, pero que se trate de una despedida de soltero de un habitante del planeta Raticulín que se les ha ido de las manos, parece demasiado forzado.

A pesar de eso, os la recomiendo. Magistral.

jueves, 26 de mayo de 2011

CALIFORNIA 83- MICHIGAN 94


Estoy leyéndome “California 83”, la novela de Pepe Colubi, al que, como diría Troy McCLure, probablemente recuerden del programa de TV “Ilustres Ignorantes”, la Revista “El Jueves” o la mismísima Rolling Stone.

“California 83” narra las aventuras del autor en EEUU durante el año que estudió allí COU. Me he sentido muy identificado con muchas de las situaciones porque yo pasé un verano (tres mesecillos completos) en América, también cuando tenía 17 tacos. Fue en Alma, un pequeño pueblo cerca de Detroit (Michigan), en el año 1.994.

“California 83”. Sólo voy por la mitad de la novela pero ya os la recomiendo. Salen perros haciendo surf y más cosas bizarras.

Al igual que Pepe, quedé deslumbrado por la cultura americana, que era exactamente como me había imaginado (y eso que mi cabeza estaba llenita de estereotipos).

Lo cierto es que me perdí la experiencia de vivir un curso en un High School, pero el rollo pandilla de instituto con quaterback guaperas y líder de la manada (seguro que ahora está barrigón y es alopécico el pobre gilipollas), ligues con cheerleaders y fiestas de piscina, sí que lo disfruté.

 “Dame una pe, dame una o, dame una elle…” Por mí que no quede.

La TV y radio americanas me fliparon. Programas como Mistery Sciencie Theather 3000, El Show de Jerry Springer (que era una mezcla del Diario de Patricia con Pressing Catch donde todos los invitados acababan a hostias y lanzándose insultos que eran convenientemente censurados con pitidos: Fuc..piiipppp, motherf…piiiippp), o el canal teletienda 24 horas con productos delirantes que acababas convencido de necesitar sí o sí, como el llavero-exprimidor, me hipnotizaban.

También había canales que emitían cine del bueno todo el día y eso, para venir de España año 1.994, era la leche. Una vez convencí a mi familia americana para que viéramos juntos “Nacido el cuatro de julio”. Fue una mala idea. Con un hijo marine y de sólidas convicciones republicanas, esos padres sufrían la escena donde Tom Cruise grita “Ojalá tuviera un pene para poder tocarme”, con un rictus pétreo mientras me miraban de reojo, al tiempo que rebufaban como toros en el redil. Aguantaron 20 minutos, cambiaron de canal y no se volvió a sacar el tema.

La radio fue otro gran descubrimiento, sobre todo el programa de Howard Stern, el tipo con menos vergüenza de la historia de las ondas. Dos entrevistas me dejaron con las patas colgando: la que le hizo a Alec Baldwin, al que le soltó “Tío, dime la verdad… La primera vez que te zumbaste a Kim Bassinger te corriste en dos segundos, ¿verdad?” y la de Lou Diamond Phillips, que duró solo diez segundos y fue más o menos así:
-    
     Bueno, Lou, tu mujer se ha largado con otra tía. Qué putada, ¿no?
-    Es un tema personal que prefiero no comentar.
-   Ya, pero es que te lo tengo que preguntar... ¿Cómo notaste que tu mujer se había vuelto lesbiana? ¿Fue por su aliento?

A mí, como a Pepe Colubi, me costó un montón entender la pronunciación americana. Había pasado varios veranos en Saint Andrews (Escocia) y mi acento era como el de Desmond en Perdidos. Vale, ya sé lo que vais a decir, en Saint Andrews fue donde estudió Kate Middleton… No, no me la ligué, pero porque yo no quise.

Bueno, a lo que iba… Entender a un americano cerradísimo, de pueblo pequeño, debe ser como aprender castellano en Valladolid y que te suelten a practicar en Membrillo Alto.

Al principio lo pasaba fatal, porque solo pillaba palabras sueltas. Mi primer día me dijo mi “hermana americana”, que por cierto era cheerleader pero que no servía ni para hacer albóndigas, una frase de lo más enigmática: “Guajargüerfier CHICHI´S?”.

Yo pensé: “ha dicho algo de un chichi, lo he oído perfectamente” y contesté un resuelto “Aye, of course, bonnie!” (“Claro que sí, chata”), con un impecable deje escocés a lo McGorostidi, que habría hecho llorar de morriña a un emigrante de las Highlands.

Estaba intrigadísimo. ¿Dónde me iba a llevar la loca sonriente esta? Quería que probara un chichi y yo para esas cosas soy muy escrupuloso. Si no hay amor, nada de nada. Yo no me entrego.

Total, que cogimos el coche y me llevó por la avenida principal del pueblo hasta que nos desviamos en una calle semidesierta. Paramos bajo un cartel gigante que decía: “CHICHI´S. Mexican food”. Era un restaurante de comida mejicana. Mi gozo en un pozo.

 Chichi´s. No podrás comer sólo uno.

En fin, que creo que lo mío también daría para una novela. Mientras tanto, le podéis echar un ojo a “California 83”. ¡Las risas están garantizadas, payos!

lunes, 23 de mayo de 2011

SOBRE EL HUMOR

Rosa Montero me dijo una vez que la clave para que un relato de humor funcione estribaba en la búsqueda de la lógica interna de lo ilógico y algo parecido sostenía Freud en su libro "La risa y su relación con el subconsciente".

Los maestros del absurdo lo saben. Faemino y Cansado, Pedro Reyes, Les Luthiers, Gomaespuma y Woody Allen basan la estructura de sus sketches en esa premisa, aunque no sé si de forma consciente. Se trata de crear una situación disparatada y surrealista pero que funciona con su propia lógica interna, con unas reglas que dotan de sentido a ese peculiar universo.

“Yo soy ventrílocuo, una palabra que viene del latín. Ventri, vientre. Locuo, desplazamiento. “Ve siempre con tu vientre”... Sería una traducción libre, obviamente”. Carlos Faemino.

Una vez, en un curso de puesta en escena le pregunté a Antonio Hens sobre lo mismo. Su respuesta me encantó. "El humor es verdad y dolor", me soltó. Creo recordar que me dijo que la cita no era suya, pero le quedó de miedo.

Desde luego, el gag tiene más efecto cuando surge de una situación inesperada. Como diría Paco Gandía, cuento una “anécdota verídica” (que usé para un capítulo de Wittelberg). Ubicamos la acción (Antonio Reguera dixit) en el Museo de Cera de Amsterdam. Recorro las distintas salas con mi hermano pequeño, Nacho, que tenía entonces sólo 10 añitos y le voy explicando quién es cada personaje. Cuando llegamos a la figura de Gandhi me interrumpe.

- Juan, yo me sé la historia de Gandhi, ¿te la cuento?
- Claro que sí.

En ese momento, un grupo de turistas se paran a escucharle.

- Esto... Gandhi ganó el premio Nobel... nació en La Coruña...en Iria Flavia, creo. Se casó con Marina Castaño y... ¿o ese era Cela? Como los estudié el mismo día los confundo.

A los turistas les iba a dar algo de la risa.

 Marina Castaño y Gandhi en 1.989, en la entrega del Premio Nobel de Literatura...¿o era de la Paz?

Ya que estamos, os dejo otros momentos estelares de mi hermano:

- ¿Qué hacemos esta tarde, Nacho? ¿Vemos una peli?
- Vale. ¿Cuál tienes?
- Me acabo de bajar “La guerra de los clones”.
- ¿”La guerra de los clones”? Por favor… quiérete un poco, Juan, quiérete un poco.

Otra:

- Juan, me voy a jugar al rol con mis amigos, pero no le digas nada a mamá, que seguro que  piensa que eso consiste en apuñalar mendigos.

También creo que el humor tiene más efecto si toca temas trascendentales: la religión, la enfermedad y la muerte, sobre todo. La gente hacia chistes sobre las Torres Gemelas al día siguiente.

El orgullo y el honor también dan mucho juego. Tengo un mini- relato que trata sobre esto.  Allá va:

"EL ORGULLO CUESTA CARO.

Siempre se ha dicho que David Monroe era un hombre demasiado orgulloso para admitir sus errores. En junio de 1.987 se tiró a la piscina, estando ésta en obras, y se fracturó tres costillas. Sin embargo, consiguió hacer cinco largos arrastrándose sobre el cemento antes de desmayarse debido a una lipotimia."

La risa más reconfortante surge en los momentos desesperados. Gila lo cuenta en su biografía "Y entonces nací yo". Se enrola, junto con un grupo de gente que nunca había visto una pistola, en el ejército republicano. Un grupo de militares trata de convertirlos en soldados. Después de la primera toma de contacto, cuando han tratado de la disciplina militar, un mando le pregunta a un recluta si ha entendido todo. "Sí, teniente mío" fue la respuesta.  Imagínate, todos jugándose la vida, sabiendo que van a entrar en una guerra, lo más terrible después de las canciones de Los del Río y ahí están, descojonándose de risa.

La televisión asimismo ofrece grandes momentos de humor sin proponérselo. Recordemos a Anthony Blake colgado boca abajo de una soga ardiendo y gritando que lo bajaran de ahí... Sublime.

 Soy Anthony Blake....¡¡¡ Bajadme de aquí cabrones!!!

Hace años emitieron en Canal 47, el mejor canal de humor con diferencia (deja a la BBC en pañales), un programa que me pareció que hacía historia en el mundo de lo absurdo.
En el Canal 47 abundaban los concursos amañados como en la mayoría de las televisiones locales. Este en cuestión consistía en acertar una adivinanza. Llama una señora y el presentador la saluda amablemente.

- Buenasssss tardesssss. ¿Con quién hablo?
- Con Maria.
- Bien, María, esta es la primera pista: Cuando el río suena mmmmm lleva.
- Ay, no caigo, dame otra pista.
- Mujer, si es muy fácil... A ver , si se cae al suelo no se puede recoger. Y recuerda, cuando el río suena mmmm lleva.
- No se puede recoger, no se puede recoger..... ¡¡¡ Un anciano!!!

Lo cierto es que tratar de descubrir porqué nos reímos con ciertos chistes, cuál es el mecanismo que nos provoca la carcajadas, es una tarea inútil porque el humor es ante todo subjetivo. Que nos lo pregunten a José Luis y a mí, que sufrimos en nuestras carnes las 3 horas del espectáculo de Moncho Borrajo en el Gran Teatro sin sonreírnos siquiera, mientras que a nuestro alrededor la gente se descojonaba.

También me ha sucedido lo contrario. En una ocasión un amigo arrastró al Gran Teatro a su novia para que se aficionara a Faemino y Cansado. La chica salió del teatro diciendo que estábamos todos locos y que no le había hecho ni chispa de gracia. Por supuesto, cortaron.

 Moncho, para, para, que me descoyunto de la risa.

En fin, me temo que estamos lejos de encontrar la respuesta, o por lo menos una respuesta que contente a todo el mundo. Mientras tanto, voy a ponerme un DVD de los Monthy Python para pasar la tarde. ¿Y vosotros qué opináis?

viernes, 20 de mayo de 2011

JAMES BOND VS LADY PEPPER


Hoy, en “Gritis Jits”, la crónica de la aventura que viví el día que fui al cine a ver “Casino Royale”. Iba a escribir la crítica cinematográfica para la Revista Noseolvida, pero ya que no pudimos terminar de ver la peli acabé contando la movida que vivimos. Y es que lo que no me pase a mí…

JAMES BOND VS LADY PEPPER.

El pasado miércoles me decidí a ver “Casino Royale”, la última entrega de Bond, James Bond, uno de mis héroes de ficción favoritos.

María y yo no tardamos mucho en decidir qué cine elegir, ya que en Huelva, por desgracia, sólo queda en pie el Cinebox Aqualon tras la desaparición del Fantasio, el Emperador y el Cine Rábida.

Daniel Graig. Sólo Roberto Benigni haciendo de Pinocho fue peor recibido por el público.

El Aqualon es un macrocentro comercial donde Kevin Smith podría haber rodado Mallrats, para que os hagáis una idea del aspecto del sitio (sólo faltaba un stand de mantequilla de cacahuete, vamos).

En fin, en cuanto llegamos nos fuimos a la taquilla a comprar las entradas de “Casino Royale”. No podía haber más gente haciendo cola, aquel debía ser uno de los días fuertes del año.

Tras la inevitable espera, que aprovechamos para meternos un café entre pecho y espalda en El Bocatín (una de esas cafeterías – bares de tapas que hace dinero a costa de recortar costes en camareros, ¡viva el autoservicio!), admirar las vistas del Puerto de Huelva y aprovisionarnos de chucherías varias, entramos en la sala.

El público que nos encontramos no podría ser más variopinto: señoras mayores que se hacían un lío con las filas y butacas y no hacían más que dar vueltas como peonzas por toda la sala, adolescentes en la frontera de convertirse en delincuentes juveniles que hablaban a gritos en la jerga onubense (“Ira, canijo, de loco”), parejitas sin piso buscando un sitio para darse el lote y tres sabihondillos cinéfilos evidentemente masoquistas que ya estaban poniendo a parir al pobre Daniel Graig cuando la película no había ni empezado y que se sentaron justo detrás de nosotros, por lo que temí que nos dieran la película con sus comentarios sarcásticos y lamentaciones sobre la decadencia de cine actual.

Nos acomodamos en nuestros mullidos asientos, se hizo la oscuridad unos segundos y arrancaron los trailers.

El primero anunciaba “El Camino de los Ingleses” de Antonio Banderas; película que, aunque no tiene mala pinta de todo, nunca veré al ser el estrangulable Fran Perea uno de los protagonistas.

“Uno más uno, son siete.” Fran Perea, víctima de la LOGSE.

El segundo trailer era sobre “Ghost Rider”, conocido en España como “El Motorista Fantasma”, un cómic de la Marvel que aunque entretenido, estaba lejos de las mejores creaciones de esa editorial como La Patrulla X, Jóvenes Mutantes o Spiderman. Le dije a María que el cómic estaba bien a lo que me respondió sensatamente “Pues vas tú a ver la película, a mí no me gustan los tebeos.”

Los cinéfilos masoquistas de la fila de atrás se lamentaron farisaicamente durante el trailer sobre el declive de la carrera de Nicholas Cage, que encarnaba al Motorista en su versión cinematográfica.

Entonces empezó la película que habíamos venido a ver. No recuerdo tanta publicidad negativa contra un actor, Daniel Graig, que como diría Troy Macclure, posiblemente recordarán de otras películas como “Munich” y alguna basurilla de serie B.

Tengo entendido que incluso llegaron a crearse páginas web contra él y a recoger firmas para pedir que no encarnara a 007. Las críticas de la gente seria finalmente no fueron tan malas (Oti Rodríguez Marchante que de cine sabe un rato fue bastante benévolo por poner un ejemplo).

La peli tenía un atractivo muy importante, ya que adaptaba la primera novela de Ian Fleming sobre Bond. Es la única novela que faltaba por llevar a la pantalla grande, lo que era una garantía de que, el guión al menos, merecería la pena aunque fuera sólo como curiosidad. Conviene recordar que Fleming escribió pocos libros sobre 007 y que, después de tres o cuatro películas, se agotaron las fuentes literarias y el nivel de los guiones flojeó bastante.  

En fin, vuelvo a la sala del Aqualon. “Casino Royale” arrancó bien, mostrando a Bond como un frío asesino al servicio de Su Majestad, menos sofisticado y bastante inexpresivo aunque eficaz y correcto. En los primeros minutos uno percibe los cambios del 007 del siglo XXI: es un Bond más frío pero menos machista (ya no hay tías buenas en los títulos de crédito ni comentarios políticamente incorrectos), se apuesta más por la trama que por los efectos especiales, Bond es una especie de “nuevo rico” (le gusta el lujo pero no termina de sentirse cómodo en ese ambiente y se desenvuelve torpemente en él), no hay gadgets y se aumenta hasta el infinito la publicidad “encubierta”.

Amigos, yo inventé el concepto “Publicidad subliminal con caja de leche Pascual en segundo plano mientras se distrae al espectador con tensión sexual no resuelta”. ¡Quiero el 15%!  Milikito dixit.

Cuando la película llevaba unos quince minutos empezó a escucharse una fuerte tos proveniente de una de las últimas filas. En un principio pensamos que era un tipo atragantándose con palomitas. En un momento la tos aislada se convirtió en un coro de toses, llantos e imprecaciones que bajaban por los pasillos hacia la salida de emergencia.

“Han tirado algún producto químico”, gritó una chica mientras se tapaba la cara con un chaleco.

Entonces lo entendí: era un ataque con ántrax (vale, ya sé que el ántrax es inodoro pero seguro que estaba mezclado con gas sarín o algo peor).

La gente de las últimas filas bajaba ordenadamente las escaleras mientras se tapaban la cara, quejándose y comentando lo ocurrido.

Me puse en pie y cogí a María del brazo y le dije “Nos vamos, que esto tiene muy mala pinta”. María se levantó y nos pusimos en marcha. Curiosamente, la gente que estaba sentada en mi fila permanecía impasible y no se le ocurría salir por patas, que es lo más prudente cuando se ha producido un ataque químico a 8 metros de uno. Cuando llegué al pasillo, me di la vuelta para discutir con María cual sería la mejor salida posible y, ¡oh, sorpresa!, ya no estaba detrás de mí: se había vuelto a su asiento.

Volví sobre mis pasos, esquivando víctimas del ataque probablemente terrorista que lloraban por el producto químico que habían inhalado. Me senté en mi sitio y le pregunté a María porqué no había salido al pasillo dada la urgencia de la situación. La gente seguía llorando, tosiendo y quejándose por el dolor. María me contestó hierática: “Pues a mí no me pasa nada”, así que me quedé sentado entre confundido, sorprendido, incrédulo y admirado por su sangre fría y arrojo. Decidí que estaba dispuesto a morir antes que quedar como un cobarde.

Me giré en el asiento y vi a los tres cinéfilos que se habían abrochado el último botón de la camisa y escondido la nariz dentro. Para no gustarles el último Bond, se estaban jugando la vida por él. Quince segundos duró la heroica resistencia, pues el proyeccionista paró la película. No debía parecerle ético seguir proyectando cuando la mitad de los espectadores estaban retorciéndose de dolor y derramando lágrimas como puños.

Salimos a la entrada del cine y comenzamos a comentar la situación entre todos. En ese momento, comenzó a picarme la garganta y a llorarme profusamente el ojo derecho; indudablemente mis heroicas exploraciones del terreno para preparar una posible fuga en caso de necesidad me estaban pasando factura. María, sin embargo, estaba como una rosa.

- ¿Alguien había visto algo? ¿No hay testigos? ¿Nadie notó nada sospechoso?

Una pareja de novios veinteañeros, nos contó cómo había sucedido todo. La chica, que llevaba una chaqueta vaquera manchada de un líquido marrón, comenzó la narración de los hechos:

- Ira, ha sío una shavala sudamericana, ¿abe? Estaba detrás de mí, entró la úrtima tó nerviosa. A mí me miró dos o tres veces y no hacía más que mirá para tós laos. De repente me dice la shavala, “ay, perdón se me ha escapao”  y me suerta tol spray en la shaqueta, que debe sé de esos de pimienta, ¿abe? Yo me doy la vuerta, asín de loco, y me pongo a vé lo que é, mientras me pican los ojoh y mi novio se pone a tosé. La shavala se sentó en las primeras filas pero cuando vio el jaleo que se había montao salió a la calle.

-  Si la pillo, le voy a meté una trompá que lo va a flipá la casho perra – apuntilló el novio, nervioso y cabreado con razón.   

-  ¿Te fijaste en qué ropa llevaba? – pregunté, influenciado por Bond y ya metido en el papel de agente secreto. Puesto que no era ántrax sino pimienta, respiré tranquilo.

- Jí, un chaleco azú con rayas blancas – contestó la chica orgullosa.

En ese momento llegó la responsable del cine y, muy amablemente, nos prometió devolvernos el dinero de la entrada o cambiarla para otra sesión. Hicimos cola para recuperar la pasta, mientras vimos pasar a un policía a toda velocidad que entraba en el cine.

Le hice señales para que parara, pero no hubo suerte. Con el segundo policía nos fue mejor. Le di el alto y se vino hacia nosotros corriendo.  

- Tengo un testigo que ha visto a la sospechosa de cerca. Podría incluso facilitarle una descripción – comenté, con aire decidido.

- Ajá, proceda si es tan amable – contestó el policía, con evidentes signos de nerviosismo, por un motivo que después comprendí (le habían dado a la policía una información falsa, en concreto le había informado de dos explosiones en el Aqualon).

Llamé a la parejita – testigo y les puse en contacto con el policía que, al contrario de lo que sucede en las películas, les escuchó sin tomar una sola nota. Un minuto después irrumpió en el cine una docena de policías más.

Desanimados por habernos perdido la película, bajamos las escaleras mecánicas camino a la salida mientras conjeturábamos sobre qué podría llevar a una  persona a vaciar un spray de pimienta de autodefensa en mitad de un cine. 

Spray de pimienta, el arma del crimen. Nosotros no nos reímos como la tipa de la foto. Es más, no nos hizo ni puñetera gracia la broma.

Entonces vimos en la Planta Baja, al lado de la salida, a una chica sudamericana con un abrigo blanco que le preguntaba a un grupo de personas por dónde se iba a nosedonde. La observamos detenidamente durante un rato y, cuando ya nos íbamos, se le abrió el abrigo blanco dejando ver un chaleco azul a rayas.

- Joder, ¡es esa! – le dije a Maria, que reaccionó en décimas de segundo montando el operativo de seguimiento y mostrando sus dotes como persona organizada y chica Bond de primera categoría.

-  Voy a buscar a la policía a la Primera Planta. Tú síguela. Estamos en contacto por el móvil – ordenó resueltamente.

Un poco aturdido por la situación (y por el spray de pimienta, porqué no decirlo), comencé a perseguir a la sospechosa por el centro comercial.

Cada vez que me paraba llamaba a Maria y le informaba de la situación.

- Tango 1 a Tango 2, el pájaro se ha posado en frente de Zara. Creo que se dirige a los taxis, repito, el pájaro vuela a los taxis.

- ¿Pero que dices que no te oigo bien?

- Que está en la parada de los taxis, ¡que se va ya! – comenté.

María ya había conseguido ponerse en contacto con la Policía. Lo cierto es que cuando le dijo a un agente de la ley que la sospechosa estaba abajo, un grupo de diez polis salió a correr, mientras uno de ellos cogía a María por el brazo y casi la llevaba a rastras. Después de treinta segundos de carrera, María se paró en seco, me llamó a móvil, le volví a confirmar que Lady Pepper estaba en la parada de taxis y los policías siguieron la carrera sin ella, dejándola atrás como a una aspirante a Operación Triunfo que no ha pasado el casting.

Mientras tanto, la sospechosa seguía a lo suyo. Paseaba por la parada comiéndose una naranja y tirando las cáscaras al suelo con desgana. Tenía una mirada triste y era ciertamente una chica muy guapa. Habría dado el tipo para una chica Bond  malvada.

Yo la seguía con ciertos remordimientos de conciencia. ¿Estaba 100% seguro de que había sido ella la culpable?

Mis escrúpulos izquierdosillos se estaban cebando con mi conciencia. ¿No estaba culpando a una chica sólo por ser sudamericana y llevar un chaleco de un determinado color? ¿Y si ella no tenía nada que ver con el incidente? ¿Y si todo no era más que una desafortunada casualidad? Desde luego, la chica no tenía pinta de ser la típica persona que vacía un spray antivioladores en una sala de cine, si es que hay alguien que pueda tener esa pinta.

En esas estaba, decidiendo si darme la vuelta o no, cuando la sospechosa se metió en el único taxi que había en la parada. Sacó una tarjeta del bolsillo y se la enseñó a taxista. Éste negó con la cabeza y la sospechosa salió del taxi y se quedó en mitad de la carretera, como esperando algo. No tengo ni idea de lo que le preguntó o de lo que pudieron hablar los dos.

Una mujer finalmente cogió el taxi que se había negado a recoger a la chica y entonces pasó corriendo un guarda jurado a pocos metros de la parada.

Llamé al segurata a gritos pero no quiso pararse. Un segundo taxi apareció en mitad de la calle y la sospechosa lo llamó. Estaba claro, culpable o inocente, iba a escaparse.

Decidí en unos segundos si intervenir o no. Si la chica era Lady Pepper no creo que fuera aconsejable acercarse si ella tenía en la mano un spray que podía dejarme ciego; por otra parte si era inocente y le hacía un placaje iba a pasar el rato más bochornoso de mi vida, así que resolví apuntar el número de matrícula del taxi. 

La chica entró en el taxi y, cuando le estaba diciendo dónde quería que el taxista la llevara, apareció un policía corriendo calle abajo. Era el tipo más rápido del grupo al que María había puesto sobre aviso. Lo llamé a gritos mientras señalaba el taxi y el poli me preguntó “¿En el taxi? ¿Estás seguro? “

Le dije que sí con toda la convicción de que fui capaz (aunque entonces no estaba seguro de que la chica era culpable). El policía saltó a la carretera y le dio el alto al taxi que se había puesto en marcha segundos antes. No fue atropellado de milagro.

El poli hizo salir a la chica de taxi y, entonces comprendí que la sospechosa era realmente Lady Pepper. Si un policía, jugándose la vida, le da el alto a un taxi en el que vas y te hace salir del vehiculo llevándose la mano a la pistola y eres inocente, está claro que no te quedas como si nada. Una persona inocente por lo menos pregunta qué es lo que pasa o al menos muestra sorpresa.

Mis sospechas se vieron confirmadas poco después cuando el resto de policías rodeó a Lady Pepper y le hicieron vaciar los bolsillos. Encontraron dos sprays de pimienta, nada menos.

En esto, un policía en moto hizo su aparición a toda velocidad. Cuando se bajó le comenté que podría ayudarle a localizar a la chica a la que Lady Pepper le había vaciado el spray en la chaqueta vaquera. En seguida comprendí que aquel era un poli enrollado y bastante místico.

- Me han dicho que había dos explosiones. Tengo a mis dos hijos en el cine y con el susto casi me mato con la moto viniendo para acá. Encima, mi mujer no me cogía el móvil al principio…. Esta es una experiencia que se queda aquí – dijo mirando al vacío, mientras se daba un fuerte golpe con el puño en el pecho, como si estuviera hablando de sus años en Vietnam.

- Esa chica no debe estar bien de la cabeza. Una persona normal no hace estas cosas, ¿no? – pregunté al policía místico.

- Te sorprendería ver lo que hacen las personas supuestamente normales. Yo he tenido servicios que …Vamos, mejor no hablar de ello – me respondió, como quien calla un secreto de estado.

- ¿Qué le puede pasar a la chica?

- Si no tiene papeles, la echan de España  de todas formas irá a juicio por atentado contra la salud pública.

Me asaltaban sentimientos encontrados. Por una parte me alegraba de haber colaborado en  la detención de una persona que había puesto en peligro a mucha gente (en la sala había niños pequeños y ancianos y, además del spray, estaba el riesgo asociado a una “estampida humana”, hecho que afortunadamente no se produjo, de milagro, diría yo). Por otro lado, no podía evitar que la chica me diera algo de pena, ya que evidentemente estaba mentalmente desequilibrada. 

Ramoncín ha sido uno de los damnificados por Lady Pepper. Por un tiempo me paso al Emule y no pisaré un cine. Que le den a la SGAE y a Teddy Bautista, de paso.

Acompañé al poli místico a buscar a la pareja de novios – testigos, a los que localizamos a la vuelta de la esquina y les saludamos con un entusiasta “¡La pillamos!”. 

El poli místico les pidió sus datos y se despidió amablemente de María y de mí.

Un adolescente pre-delincuente que andaba por allí me preguntó si la chica estaba todavía en la parada de taxis. Quería ir a partirle la cara.

- Sí, claro que está, lo que pasa es que está acompañada de más de diez policías - respondí.

- ¿¿¿¿¿¿¿Y????????? Le metemo en forma de león a la policía iguarmente, ¿abe, canijo?... – Se lo pensó dos veces - Mira, mejó no. Nos vamo a dormí.

Nos despedimos de la pareja de novios –testigos de crimen y pusimos rumbo a casa. Aquel día había sido movido y necesitábamos descansar un rato para poder seguir alerta, siempre al servicio de Su Majestad.

Al día siguiente, El Mundo dio la noticia. “Una mujer siembra el pánico en un cine de Huelva con un spray de pimienta”. De James y Vesper, auténticos artífices de la detención, ni palabra. Mejor así, preferimos trabajar de incógnito.