viernes, 12 de agosto de 2011

SOBRE LA VIOLENCIA EN EL DEPORTE (parte 2)

Hace algún tiempo prometí hablar de las movidas que viví cuando fui jugador de balonmano. El tema da para una entrada graciosa, así que vamos allá.

Empecé a jugar al balonmano en el colegio y tengo que admitir que es el único deporte que se me daba bien de verdad. Mi puesto era lateral derecho y llegué a jugar en la selección de Huelva un par de partidos, antes de dejarlo por una chorrada. Y es que, aunque parezca difícil de creer, yo iba de estrellita y cualquiera me aguantaba entonces.

Hay dos anécdotas que ilustran perfectamente el grado de gilipollismo y niñatería extrema que alcancé en aquella época. Lo cuento, aunque me dé un poco de vergüenza:

1) En una ocasión en la que estaba jugando un partidazo, el entrenador, del que hablaré ahora y que era la caña, pidió tiempo muerto. Todo el equipo se reunió en torno a él, menos yo, que me senté en el banquillo a mi bola. Cuando me dijo el entrenador que me acercara, le contesté con un “¿Qué indicaciones vas a darme? No has visto a nadie jugar así en tu puta vida”. Para darme quince hostias. Por supuesto, me sustituyó, me dio una colleja y no volví a salir más en ese partido.

2) Disputando la semifinal de copa, con el marcador muy igualado y a falta de muy poco tiempo para acabar el partido me quedé solo delante del portero. Salté desde la línea de 6 metros y, antes de tirar a puerta, me pasé el balón de mano a mano por la espalda. Fue gol pero por muy poco. El entrenador pidió el cambio y me echó la bronca más grande de mi vida. Jamás, ni cuando hice las mayores trastadas que recuerdo, nadie me gritó durante 5 minutos zarandeándome y diciéndome de todo. Volví a salir e hice exactamente lo mismo, esta vez con un defensa delante. Marqué gol de auténtico milagro (dio en la mano del portero y en el larguero antes de entrar llorando), salí del campo corriendo y me fui a mi casa muy digno. Casi me echan del equipo después de aquello.


Nos metemos con los futbolistas por carajotes. Pero cualquiera nos aguantaría con 20 años  ganando millones de euros, con admiradores y todas las tías del mundo dispuestas a retozar con nosotros.

He dicho que iba a hablar del entrenador. Era una especie de general con dos copas de más, siempre gritando e insultando pero entrañable a más no poder. Por supuesto, lo adorábamos. Creo que tiene una placa en la fábrica de Cruzcampo. Lo recuerdo siempre oliendo a alcohol, transpirando ese sudor alcohólico que emiten las personas que tienes un problema con la bebida (o la bebida con ellos, según se mire).

Éramos sus soldados, nos trataba con dureza pero era justo. Un gran tipo. Siempre acababa insultando al árbitro (aunque fuéramos ganando de 15, eso daba igual) y tratando de pegarse con los entrenadores rivales, con los que al final del partido se daba unos abrazos de amistad. A nosotros se nos escapaba algo: “Dos tíos que acaban de decirse hijo de puta el uno al otro y ahora son los mejores amigos, mi no comprender”.

Lo que no soportaba el entrenador es que bajaras los brazos. Cuando uno lleva jugando muchos minutos con los brazos en alto, aprovecha cualquier ocasión (que salga la pelota fuera, un penalti, …) para apoyarlos en la cintura y descansar un poco. Si el entrenador te pillaba a alguno así le gritaba algo como “¡¡¡A VER, LA REINA DE LOS MARES!!! ¡¡¡SUBE LOS BRAZOS O TE LOS ARRANCO!!!”, mientras movía la cadera con las manos en su cintura como bailando el hula hop, una escena muy cómica que hacía que nos partiéramos de risa (y que nos lleváramos algún empujón y/o colleja en la nuca también).

Los que habéis leído mis aventuras en el mundo del judo y la paliza que me pegó el mamón del ciego podéis pensar que ese es un deporte duro, pero el balonmano fue peor. En el judo hay reglas y se respetan. Vale, he visto luxaciones de rodilla y cosas peores, pero eran la excepción. Cuando yo jugaba al balonmano, raro era el día que no terminaba con moratones por puñetazos a traición o con las rodillas y los codos ensangrentados de arrastrarme por la pista después de un empujón en pleno salto. Un truco sucio muy típico era que te metieran los dedos entre las costillas flotantes. Agradabilísimo.

Aquello era la jungla, sobre todo si te tocaba jugar con algún equipo del extrarradio. Mi colegio e instituto estaban en el centro y, claro, cuando íbamos a algún barrio chungo, ya nos querían partir la cara porque nuestro padre tenía coche. Lo más curioso de todo es que muchos tipos de mi equipo vivían en barrios así, pero eso daba igual.

Recuerdo especialmente un equipo en el que jugaba un central al que llamábamos El Animal. Ese tío acojonaba. Podía medir 1,85, estaba muy gordo y era un chungo de los de verdad. Como defensa era muy expeditivo, por decirlo de alguna manera. Te calzaba una hostia a mano abierta la primera vez que intentabas tirar a puerta para dejar claro lo que te esperaba. Después ponía cara de “¿Yo? ¿Cómo puede pensar eso, señor árbitro? ¿Voluntariamente voy a partirle la cara a esta persona? ¿Cómo me cree capaz?” El árbitro dudaba si había sido voluntario o no (la verdad es que la cara de perrito triste la bordaba el cabrón) y ahí quedaba la cosa. Siempre acabábamos dándonos de hostias con él, o más bien él contra nosotros.

Retrato robot de El Animal.

Una vez , el que jugaba de extremo, que era, como todos los extremos, bajito y escurridizo, se encaró con él por haberle empujado en el descanso y a Animal no se le ocurre otra cosa que agarrarle del cuello con una mano y estamparle la cara contra el poste. El extremo se abrió la ceja y empezó a salirle sangre a borbotones. De eso nos dimos cuenta después; en un primer momento pensamos que le había vaciado un ojo por la cantidad de sangre que brotaba. Decir que nos volvimos locos es decir poco. Aquel acto miserable no podía quedar impune. Nos lanzamos contra Animal y menos mal que nos separaron, que sino nos mata el hijo de puta. Creo que allí cobró hasta el utillero, nos dieron hasta en el carnet de identidad.

Desconozco qué habrá sido de Animal. Lo veo de Concejal de Urbanismo o de gerente de una empresa pública. Tenía cualidades para eso y para más.

En fin, en aquellos días fue cuando Urdangarín me aplaudió un gol, pero eso lo cuento en otra ocasión, que hay que mantener el interés.

 Nota: La primera parte de este artículo aquí.

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