martes, 29 de noviembre de 2011

EL CASO WITTELBERG. CAPÍTULO VI


Aquí están disponibles los capítulos primero , segundo, tercero, cuarto y quinto.

EL CASO WITTELBERG. CAPÍTULO VI. EL ALBORNOZ HEGELIANO. UNA INTERPRETACIÓN.

 
Estoy convencido, amable lector, de que “El albornoz hegeliano” es la obra de un escritor visionario, un adelantado a su tiempo. La riqueza y profundidad de los distintos temas que abarca constituyen un conjunto extraordinario de reflexiones acerca de la decrepitud de los valores tradicionales, la existencia de Dios, los osos panda y su relación con los Testigos de Jehová; cuestiones todas que no serían abordadas desde esa original óptica por los filósofos, teólogos y científicos hasta muchos años después.

Wittelberg volvió a tratar los citados temas en obras posteriores, especialmente en el ensayo “Siempre que estoy empachado me da por pensar en la muerte”, y, como suele ser habitual en el caso de los grandes pensadores semidesconocidos, sería vilmente plagiado en multitud de ocasiones. El ejemplo más sangrante lo constituye el discurso “La impelencia, la reflexividad del ser y los osos panda”, pronunciado por Sir Albert Newton el día de su ingreso en las Cheerleaders de los Boston Celtics (grupo del que, por cierto, fue expulsado por no realizar convenientemente la voltereta lateral).

Volviendo a “El albornoz hegeliano”, habría que señalar que la obra fue pergeñada por Wittelberg en un momento muy delicado de su vida. Encarnita, el amor de su vida, acababa de fugarse con su amante, el vendedor de barómetros, y Wittelberg se hallaba sumido en la angustia y además estaba arruinado.

Nuestro artista había perdido muchísimo dinero financiando una pieza teatral que había escrito a medias con su amigo Havoc durante casi medio año. La obra se titulaba “Tú serás muy duro, pero yo no tengo ná ca´hacer” y el argumento era muy simple, a la vez que destilaba trasgresión por los cuatro costados: un actor, disfrazado de banderillero, trata de esculpir un bloque de granito a cabezazos.

Aquella era una conmovedora visión acerca del triunfo del esfuerzo y el tesón por encima de las dificultades y un canto al espíritu humano. Desgraciadamente, el día del estreno de “Tú serás muy duro, pero yo no tengo ná ca´hacer”, el actor protagonista fallece de un derrame cerebral cuando ya llevaba dados treinta y siete cabezazos al bloque de granito. Wittelberg tuvo que hacer frente a las pérdidas derivadas de la suspensión de la representación y a las reclamaciones de la viuda que, curiosamente, era un notario de Pontevedra.

Toda esa angustia ocasionada por su situación económica y la rabia y tristeza que le carcomían desde que se fue Encarnita, se manifiestan claramente en muchos pasajes de “El albornoz hegeliano”.

Si realizásemos un análisis literario-filosófico de la trama, partiendo de la situación personal de Wittelberg, podríamos deducir, en vista de las evidencias, que el Mimo que aparece en la obra no es más que un trasunto del vendedor de barómetros, Primitivo es el propio Wittelberg, el Cura jansenista sería una mezcolanza de sus muchos acreedores y el personaje de Dios se corresponde claramente con el notario de Pontevedra (aunque hace poco he leído que el Catedrático Habberhausën apuesta por un churrero de Matalascañas, basándose en que el personaje presenta un carácter marcadamente aristotélico).

“El albornoz hegeliano” sólo se representó en el teatro en una ocasión y, para colmo, la representación no llegó a concluir. En mitad de la obra, cuando el Mimo, vestido de soldado pretoriano, clama aquello de “¡Lo onírico! Nada puede estar al margen de los sueños.”, un numeroso grupo de masones nudistas, profundamente ofendidos por la irónica alusión, comienzan a murmurar imprecaciones entre dientes como tímida señal de protesta, al tiempo que lanzan decenas de ladrillos al escenario para mostrar su descontento. Wittelberg, que observa la escena entre bastidores, escapa por una ventana, aturdido por la sensación de fracaso y por un ladrillazo que le abrió la ceja. El recuerdo del infructuoso estreno fue tan doloroso que Wittelberg nunca más quiso representar El Albornoz de nuevo.

Retornemos al análisis de la obra. La enigmática frase con la que se cierra brillantemente el acto (“Albornoces, albornoces, Hegel nunca pensó en los albornoces”), resulta todo un misterio. Wittelberg, abatido por la negativa de Encarnita a formar una familia (“Yo no creo en el matrimonio, sólo creo en el convite”, le había espetado horas antes de fugarse con el vendedor de barómetros), había entrado en una espiral de desesperación y dudas. El Universo que conocía y dominaba, su Mundo, se venía abajo. Era el momento de cuestionárselo todo, hasta las enseñanzas de Hegel, que siempre habían tenido para él carácter de Biblia particular.

Esa frase que cierra la obra que nos ocupa constituye, en definitiva, un irónico intento de distanciamiento hacia su filósofo favorito (que cree que sabe todo y ni siquiera se ha parado a pensar en los albornoces), a la vez que manifiesta, con pulso firme, una declaración de intenciones acerca de su decisión de seguir luchando a pesar de las adversidades... Hay Wittelberg para rato, es, en definitiva, lo que nos está queriendo decir el autor.

-          Continuará

1 comentario:

  1. si disfrutas y te gustan las historias fantásticas aqui te dejo una propuesta
    http://mariaiholandarondon.blogspot.com

    ResponderEliminar