viernes, 23 de noviembre de 2012

CUENTOS PARA NIÑOS


¿Papá, me lees un cuento? ¿Cómo negarse a un ruego así? Ayer Carmencita me sonrió con esa mirada con la que siempre consigue todo y me trajo “El conejo Chiqui”, un cuento nuevo que le había comprado hacía unos días y que todavía no le había leído.


La historia arranca con el Conejo Chiqui dándose un paseo por el bosque y haciendo una serie de cosas sin ningún interés (saltar, correr, oler las flores, hablar con su amiga Chispita, que es una siesa sin gracia ninguna y que no aporta nada…). Se nota que el autor es admirador de Alfred Hitchcock y suelta varios McGuffins para tratar de captar la atención del lector. Sin ningún éxito, por cierto, porque en ningún momento te identificas con el conejo. ¿Cuáles son sus motivaciones? ¿Dónde está el conflicto? ¿Cuándo va a despegar la trama? ¿Es que va drogado y por eso es aparentemente feliz a pesar de lo anodino de su vida? El caso es que después de tres páginas estás deseando que aparezca un cazador y acabe con su agonía.    
De repente la historia da un giro acojonante y es que el conejo Chiqui encuentra un sombrero de copa y no sabe qué hacer con él. 

La leche. Chiqui quiere sacar de la chistera a un mago para que cumpla sus deseos. Meta-magia, nada menos. Resulta que el conejo quiere ser especial. He ahí su motivación, quiere trascender, convertirse en un lagomorfo distinto al resto. ¿Cómo lo hará? El escritor del cuento ha conseguido despertar nuestra curiosidad al fin. Sigamos leyendo a ver cómo acaba esto.

Dios santo, una chaqueta, dos anillos y un pastel y Chispita observando la escena desde lejos y agazapada… La que se te viene encima, Chiqui. ¡Huye, maldito conejo, huye mientras puedas! ¡Te quieren casar!  Esto ha dado un giro acojonante de cuento infantil a relato de miedo.


Al carajo. Ahora aparece Chispitas y le hace la 360. No, Chiqui, tú no sabes “de repente” qué hacer con las flores, la chaqueta y la tarta. No ha sido idea tuya. Es una encerrona en toda regla. Te han engañado, Chiqui, te han hecho creer que era iniciativa tuya…. No llevas ni 5 minutos de noviazgo y ya te acusan de hacer “cosas locas”, te dicen que no tienes que cambiar nada, que te olvides de tus inquietudes  y encima te quieren hacer pasar por el altar con argucias. Bueno, a estas alturas me caes bastante mal y que te den.
A uno le asaltan una serie de dudas después de leer este cuento para niños. ¿Qué clase de mente enferma ha ideado esto? ¿Cuál es el mensaje? ¿Cuál es la moraleja? Mañana le leo a Carmencita un cómic de la Marvel. ¡Hombre, ya! 

martes, 6 de noviembre de 2012

QUERIDO DIARIO


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Querido diario:
¡Estoy tan enamorado! ¡Es tan bella!... Se llama Sara y es preciosa…. Tiene unos ojos muy expresivos y una nariz que le confiere gran personalidad con un lunarcito de lo más gracioso. Además, es una persona muy activa y conversadora. Me habló durante horas de su trabajo en una tienda de muebles. Es tan interesante…. Quiere verme otra vez el jueves, estoy temblando de la emoción. Nunca he estado tan enamorado en mi vida. El corazón me palpita con fuerza cuando la veo.
Alfredo

Querido diario:
Salimos a pasear y fuimos al cine a ver una película romántica. Yo quería ver la última de Woody Allen pero Sara me convenció para entrar en “Románticamente tuya III”. Puede ser muy persuasiva cuando quiere. Menudo carácter tiene… la amo tanto. La peli contaba la historia de una joven alocada que se enamora del novio de su rival para el puesto de cheerleader. Aquello era más previsible que una misa de pueblo pero me gustó estar con ella. Ah, el amor… Y ese lunarcito me vuelve loco, aunque creo que tiene pelos.
Alfredo

Querido diario:
Sara ha resultado ser una persona un poquito más activa de lo que me gustaría. No lo digo como una crítica, porque la amo con locura, pero es que a veces hay alguna cosita que no sé yo… pero vamos, que bien, que la adoro. El hecho de que nunca me deje hablar me molesta ligeramente, nada, un poquito. Apenas es levemente irritante. Sara es tan arrolladora… y guapa también. Bueno, la nariz picuda y la verruga no se le notan tanto si no la miras de perfil. Además estoy aprendiendo cosas. No para de hablar de su trabajo, le encanta ilustrarme sobre muebles. Ya sé diferenciar 15 tipos distintos de chaise longes, sifonieres, bargueños, cómodas y hasta pufs. Más maja. Sí, la amo.     
Alfredo

Querido diario:
Sara me ha gastado una broma buenísima. Dice que este fin de semana me va a presentar a sus padres. Es tan graciosa cuando quiere. La amo, diario, la amo. Estoy un poco hasta las narices de tanto mueble, tanta tendencia y tanto catálogo de sofá-camas, pero lo llevo bien. El amor tiene estas cosas. Una persona perfecta no resulta atractiva, o eso dicen. A veces se pone un poco pesadita con tanta charla, pero bien.
Alfredo

Querido diario:
Lo de los padres era verdad. Estoy un poco enfadadito porque fue una encerrona en toda regla. Lo cierto es que no sé bien qué impresión le causé a estos señores porque cada vez que intentaba abrir la boca, Sara me cortaba con un “Alfredo, no empecemos”. Creo que la quiero, pero la quiero raro. Cuando se enfada se le ponen los ojos un poco saltones, pero tiene su encanto. La amo tant… algo, la amo algo. El padre un poco serio, pero me dice Sara que cuando coges confianza es majo.
Alfredo

Querido diario:
El padre de Sara, que es un sieso de tres pares de cojones, dice que ya está bien de vivir de la escritura, que mi primera novela no la ha comprado nadie y que no me preocupe, que me ha buscado un trabajo en su empresa. Trabajaré en algo llamado el departamento de IBM, estoy intrigado. Sara se preocupa mucho por mí, me llama cada 10 minutos para ver donde estoy y con quien. La verdad es que tiene una personalidad un poco posesiva pero elegir es renunciar. La elegido a ella y he renunciado a tener una vida. Ay, Sara, la am… bueno, no me cae demasiado mal. Me palpita la cabeza fuerte cuando la veo.
Alfredo

Querido diario:
No aguanto a la bruja nariz ganchuda de Sara ni a su puñetero padre. El departamento de IBM era una forma de decir que me había reservado el puesto de chico de los recados (“Y veme por esto y veme por aquello...”).
El cabrón de mi suegro no me deja vivir. Me trata como un esclavo el muy… Vamos, cuando firmé el contrato me dijo “vas a envidiar las condiciones laborales de un becario de una fábrica de Nike en Indonesia”. Pensé que lo decía de coña, Pero no. Qué asco me da esa verruga peluda, dios.
Alfredo

Querido diario:
Solo entro a saludar. El padre de Sara me tiene trabajando más horas que un reloj. Espero que todo te vaya bien. A la próxima persona que me diga algo sobre colores de sofás o mesas de comedor le saco los ojos con una lata oxidada.
Alfredo

Querido diario:
Sara me ha hecho borrar de Facebook a todas las mujeres que tenía, hasta a mi tía Engracia, que tiene 78 años y se abrió la cuenta en un taller de informática para mayores. Cuando hablo de alguna chica, aunque sea una compañera de trabajo o una amiga de la infancia, se araña la cara y grita “¡¡Tú no tienes amigas!!”, mientras que esos repugnantes ojos de rana parece que se le van a salir de las órbitas.
La odio tanto, joder…  por cierto, nos casamos en agosto, así que entre los preparativos de la boda y otras cosas voy a estar liadillo. No te voy a escribir en un tiempo. Así son las cosas cuando el amor se cruza en tu camino.
Alfredo

martes, 30 de octubre de 2012

LA PESCAILLA PERFUMÁ DE EHTOCORMO (by delocoprimo)


En la sección “Also starring” no podía faltar una colaboración de mi hermano Nacho. He escogido para la ocasión un vídeo que me parece mítico. Os pongo en antecedentes. Nacho se fue a pasar unos días con su amigo Nico a Londres y allí conocieron a una chica sueca, que les pidió que le enseñaran frases típicas en español y decidieron hacerlo con una canción. A esta chica le pusieron hasta un nombre artístico: “La pescaílla perfumá de Ehtocormo”. 

La tontá viene de familia.La carga genética es muy fuerte.

El resultado lo podéis ver aquí (Nico a guitarra, la letra es de Nacho que está sentado en el centro y al cante “La pescailla”):


Os dejo la transcripción:

“El fuego de tu cuerpo y el calor de tus labios
me ponen caliente como er pesho de un panadero.
Aplícate el cuento. Vámonos, átomos.
Quiero bailar hasta que despunte el alba.
Ir a bailar, mis cojones. Estoy ciega como una perra.
Qué güena esparda pa cargá papas tienes…hijo.
Jonathan, no te metas pa lo jondo.
No te ralles. Vamos a comer. ¡Hop hop! ¡Tomaco!
Gracias por esta opípara cena.
Vámonos, átomos.
Quiero bailar hasta que despunte el alba.
Ir a bailar, mis cojones. Estoy ciega como una perra.
Qué güena esparda pa cargá papas tienes…hijo.
Si los shavales camelan pegarle un poco a la lejía, que camelen y si camelan pegarle un poquito a la mandanga, que le den a la mandanga”.

martes, 2 de octubre de 2012

EL CASO WITTELBERG VII: LOS COQUETEOS DE WITTELBERG CON LA ARISTOCRACIA


 
En no pocas ocasiones hemos leído que Wittelberg se acercó a la aristocracia de Valcañete movido por intereses poco claros. Se ha hablado sin descanso de su afán por introducirse en los elitistas círculos de la nobleza europea y se ha señalado con el dedo acusador al artista, tachándolo sin conmiseración de frívolo, esnob e incluso “trepa”, si se me permite la expresión.

Ciertamente, no podemos negar el interés que demostró Wittelberg en hacer amistades entre la aristocracia, pero su propósito tenía, en cierto sentido, una dimensión artística puesto que éste no buscaba otra cosa que un mecenas (me permito recordarte, amable lector, que Wittelberg se hallaba al borde de la ruina en aquellos días y al mismo tiempo latía su pluma con fiebre creadora).

Nuestro protagonista llegó con el paso del tiempo a tomarles cariño a los nobles, llegando incluso a dedicarles un ensayo en el cual, influido por las teorías comunistas de Wittelberg Senior, trataba de despertar en la aristocracia “conciencia de clase” (con poco éxito, por cierto).

Introducirse en la corte no le resultó nada fácil a nuestro amigo. Los comienzos fueron arduos y a veces caía en la desesperanza. Trató infructuosamente de ser invitado a alguna fiesta o reunión social de alta alcurnia, como la puesta de largo de Isabelita del Fresno, la romería del toro embolao o la procesión del Cascamoñas, celebradas todas ellas con gran boato en la residencia del Conde de Albatera. Finalmente, tras trabar amistad con el Marqués del Franco Condado, llegó a asistir a una de aquellas fiestas.

Desde un primer momento intentó Wittelberg deslumbrar a los demás en la reunión. Exhibió sin pudor sus conocimientos de música, historia, política, religión y pretecnología, sin despertar gran entusiasmo entre los congregados. Durante su disquisición acerca de la naturaleza del alma y el concepto de impelencia, logró momentáneamente captar la atención de todos, pero no fue más que un oasis de efímero interés en el desierto de tedio en que se estaba convirtiendo la reunión a cada minuto. Ligeramente abatido, decidió quemar el último cartucho... y logró sorprendentemente su propósito. El magistral despliegue de chistes de leperos y ruidos corporales (habilidad esta última adquirida en sus años en un internado suizo), le abrió de par en par las puertas al mundo que anhelaba, despertando entre la concurrencia un hondo sentimiento de respeto y admiración hacia su persona.

El Conde de Albatera llegó a quedar gratamente impresionado por la capacidad de Wittelberg de eructar el himno nacional de Liechtenstein, sin tomar aire en ningún momento.

El artista, día a día, y fiesta a fiesta, se fue haciendo un hueco de honor entre la más rancia aristocracia. Disfrutaba enormemente en aquellas veladas, donde se discutía apasionadamente de política, lógica aristotélica y filosofía, y se celebraban acrobáticas orgías con la cuadrilla del bombero torero. Todo marchaba viento en popa, incluso se rumoreaba que un importante fabricante de monóculos iba a patrocinar las obras de teatro que Wittelberg tenía en mente, pero, desafortunadamente, sus proyectos se torcieron.

“El incidente”, como fue denominado por la prensa local, sucedió en la presentación en sociedad de la prometida del Conde Albatera, la bella y caprichosa Marquesa de Peralta. Wittelberg, alma enamoradiza, quedó deslumbrado por su porte regio, sus ojos azules y sus enormes patillas. Encarnita quedaba entonces muy lejos en su recuerdo. A ella le conquistó su gracia y donaire y la interpretación que hizo Wittelberg de “La cabalgata de las Valkirias” silbando con un peine.

Tras intercambiar algunos gruñidos, Wittelberg y la Marquesa se escondieron tras unas cortinas para poder conversar lejos de miradas indiscretas. El Conde de Albatera, que no había quitado ojo a su prometida, los siguió y, tras descorrer las cortinas y ver a su amigo chupando los dedos de los pies de su amada, creyó morir de celos.

Enfrentados por el amor de la Marquesa, los dos amigos decidieron que no había más salida que batirse en duelo, provocando de camino, las desgracias nunca vienen solas, la retirada del mecenas oculista, que no quería verse mezclado en tal escándalo.

El padrino de duelo de nuestro protagonista no pudo ser otro que el bueno de Van der Havoc, que a la postre decidiría la suerte de aquella disputa al quedarse dormido, no pudiendo, por tanto, llevar las armas al Campo del Honor.

El Conde estaba decidido a batirse aún sin armas (tal era su afán de venganza), por lo que el duelo se celebró finalmente a cabezazos.... a cabezazos y a primera sangre. Tras cuarenta interminables minutos en los que los duelistas cruzaron sus frentes a golpe limpio, el Conde introdujo su mano en el bolsillo de la levita para buscar un pañuelo con el que secarse el sudor, cortándose con un abrecartas, con lo que duelo terminó felizmente para Wittelberg. Algo mareado por los cabezazos y exultante por su triunfo, nuestro protagonista corrió a buscar a la Marquesa, a la que no pudo hallar en ese momento ya que estaba haciéndose las ingles.

La relación con la Marquesa no fructificaría finalmente, aunque, eso sí, sirvió para que Wittelberg publicara un par de obras a cuenta de su amiga.

Nota: capítulos anteriores de Wittelberg, aquí.