martes, 18 de septiembre de 2012

SE FUGA CON EL BUTANERO TRAS CONFUNDIRLO CON UNA STRIPPER



Melchor F. ha vuelto a su casa tras haberse fugado con el butanero Rafael S. después de confundirlo con una stripper. Al parecer, todo empezó cuando Rafael acudió a casa de Melchor para entregarle una bombona. Rafael, según declaró a este periódico, se extrañó desde un principio de la actitud de Melchor: “Me llamó guapa en varias ocasiones, se empeñaba en meterme billetes de 5 euros en el mono mientras no paraba de decir que el tanga que llevaba era demasiado grande y me piropeaba picaronamente sin tregua”.

El butanero no le dio importancia al asunto y atribuyó que lo confundieran con una stripper a la ola de calor que sacude nuestra ciudad. “Estamos pasando más calor que en el rodaje de "Los teletubbies se ponen la faja Vulkan en Écija en Agosto" y eso seguramente ha desorientado a este señor. Un calor así puede freírle el cerebro a cualquiera”, confirmó a nuestro periódico Pedro E., el famoso meteorólogo.

A pesar de sus reticencias iniciales, el butanero finalmente accedió a fugarse con Melchor F. “Por educación más que nada”, confesó, aunque también influyó el hecho de que le prometiera que lo iba a retirar. “Este trabajo es muy duro y si este señor estaba dispuesto a llevarme a vivir a una ciudad con playa a gastos pagados, era un hecho a tener en cuenta. Yo he venido al mundo a hacer el bien”, apostilló.

Mientras tanto su familia vivía horas de angustia y en la Facultad donde Melchor cursa 5º de arquitectura, se le echaba de menos. Marina C., compañera de clase, comentó que Melchor era un estudiante atípico: “Se estresaba mucho con los exámenes y llegaba incluso a sufrir una ceguera nerviosa que le duraba hasta que se acababan. Al principio pensábamos que era un gran admirador de Norman Foster y Frank O. Gehry, hasta que descubrimos que lo que le pasaba era que proyectaba sus edificios a ciegas”.

Esther R., vecina de Melchor ha confirmado este extremo: “Lo peor de todo es que se niega a admitir que sufre ataques de ceguera nerviosa y actúa como si viera perfectamente. Raro es el día en que no se mete en nuestra casa por error, atropella algún vecino con el coche  o se cae por las escaleras. Siempre recurre a la misma excusa. Nos dice “Me he liao, me he liao”, como en el chiste y se va tan ancho, aunque todos conocemos su problema y lo tratamos con respeto”. 

La pesadilla de la familia de Melchor terminó el martes pasado, coincidiendo con el fin de la temporada de exámenes en la Facultad. Ese día Melchor echó al butanero a la calle del piso de Matalascañas donde se habían instalado y volvió a su casa. “Empezó a gritarme y a preguntarme donde estaba la stripper y quién era yo. Le dije que no sabía de lo que estaba hablando y entonces me dijo que me fuera con cajas destempladas”, confesó Rafael, visiblemente abatido.

La familia del joven estudiante de Arquitectura no ha querido hacer declaraciones a nuestro periódico. En la nota de prensa que han emitido aseguran que Melchor les ha dado las explicaciones oportunas: “Nos ha dicho que se había liado y con eso nos basta”.

martes, 11 de septiembre de 2012

MAXIM´S DE PARIS. UNA CRÍTICA GASTRONÓMICA


Situado en el número 3 de la célebre Rue Royale de París, Maxim´s es un restaurante emblemático de la cocina francesa. Un lugar exclusivo y excepcional, que ofrece toda una experiencia gastronómica y cultural al visitante, ya que además de restauración, el local cuenta con un museo de arte en su interior.

Durante años, Maxim´s fue uno de los restaurantes más afamados del mundo, aunque el auge de la nueva cocina española hizo que disminuyera su brillo en los últimos tiempos y forzó a su nuevo propietario, Pierre Cardin, a dar un giro en el concepto de restauración que hasta el momento se ofrecía en la casa. Recientemente, presentó un renovado Maxim´s, que ha encandilado al público.

 Fachada principal de Maxim´s.

Lo que más llama la atención del “Nuevo Maxim´s” es el gusto por los detalles, por insignificantes que puedan parecer. Así, el comensal pasa a sentirse protagonista absoluto de la experiencia gastronómica. Cuando llegamos al local, no resulta extraño que un sudoroso maître, con una tiza en la oreja y camisa desabrochada hasta casi el ombligo, tras colocar un mantel de papel, arroje sobre la mesa los cubiertos y los platos al grito de “AVIÁRZELA USTEDE, QUE TENGO MUSHO LÍO” y que sea el propio cliente quien ponga la mesa.

El personal está entrenado para ejecutar con maestría la denominada “mirada ausente”, lo que le permite pasar al lado de los comensales sin que estos puedan llamar su atención casi de ninguna forma. Como curiosidad indicaremos que, en nuestra visita, tuvimos que realizar señales con banderas de salvamento marítimo durante 45 minutos para que nos atendiera el sumiller. 
 
Detalle del interior, tras la reforma.

Expresiones como “HACÉ ER FAVÓ DE PEDIRZE ER MENÚ DER DÍA, QUE ME HE DEJAO LA LA LIBRETA EN LA MEZA SIETE”, “LA PLANSHA CIERRA EN ZEI MINUTO, ZI QUERÉI UN ZERRANITO DECIRLO YA” o “¿PERO TÚ QUÉ ERE, COHONE: CELÍACO DE EZO O ESPECIALITO?” son usuales en el local, lo que le confiere de un encanto propio que sorprende gratamente al visitante. 

¿Y qué decir de las renovadas delicias gastronómicas que nos ofrecen? Las afamadas creaciones de nouvelle cuisine han sido sustituidas por otras de corte innovador, aunque con un trasfondo de cocina clásica. De este modo, las papás aliñás, las habas enzapatás y los sorprendentes calamares de campo se convierten en platos imprescindibles en la carta.

 El gusto por los detalles.

De igual forma, los postres alcanzan en Maxim´s un nivel de sofisticación y exquisitez difícilmente superable. El flan de la casa (de la casa Danone, conviene precisar) resulta espectacular, así como la fruta del día, que suele presentar restos de escarcha con sabor a nevera rancia, buena prueba de que el chef del local es fiel seguidor de la técnica de congelación gradual desarrollada por Ferrán Adriá.

El museo de art nouveau ha sido sustituido por una exposición de azulejos refraneros.

Sin lugar a dudas, todo un acierto este reinventado Maxim´s. ¡Enhorabuena, Pierre Cardin! 

miércoles, 5 de septiembre de 2012

EXPERIENCIA


Confieso que a Martin Amis nunca le había pillado el punto. Hubo un tiempo en que se puso muy de moda y era lectura obligada. Había leído varias de sus novelas atraído por su fama, con la esperanza de encontrarme con lo que la crítica consideraba uno de los mayores escritores de nuestro tiempo. Pero nada, el tipo me dejaba totalmente frío, hasta que llegó a mis manos “Experiencia”, una autobiografía sui generis, donde mezclaba confesiones de su vida con reflexiones sobre literatura y periodismo.

Los fantasmas familiares estaban muy presentes en “Experiencia”. Su relación con Kingsley Amis, su padre, y la muerte de su prima Lucy Partington a manos de Fred West, un asesino en serie, son dos hitos fundamentales para entender su obra y su manera de concebir la existencia.


Hay veces en que la frontera entre la literatura y la vida se difumina, las dos se funden y esa interacción transversal puede marcarte a fuego… A ver, me explico. Huelva, agosto de 2007, doce de la noche. Tumbado en la cama leo sobrecogido la narración del asesinato de Lucy y las reflexiones de Amis sobre la fragilidad de la vida, la influencia del azar y el peso de la conciencia y de la culpa. Cierro el libro y pienso que en cualquier instante puede acabarse todo, que, como decía Woody Allen, la vida es fundamentalmente horrible pero que merece ser vivida aunque solo sea como experiencia (”La realidad es deprimente, pero es el único sitio donde puedes comerte un filete”). En fin, las típicas obviedades que a uno se le pasan por la cabeza antes de dormir. Pienso en cómo se puede hacer frente al asesinato de un ser querido y seguir adelante, cuando oigo un golpe fortísimo procedente del dormitorio contiguo al mío. Después del golpe, gritos en un idioma que entonces me sonó a ruso.

A partir de ese momento, mis recuerdos son algo confusos. Se me acelera el corazón y, de un salto, me pongo en pie y salgo corriendo a ver qué pasa. En mitad del pasillo encuentro a un tipo que se queda totalmente paralizado al verme. Me lanzo a por él, forcejeamos y logro sacarlo de la casa por la puerta principal, casi sin darle tiempo a reaccionar, como un portero de discoteca que echa a un borracho del bar. Tenía una sensación de irrealidad tremenda, como si viera lo que me estaba pasando desde fuera. No tenía miedo (aún), el subidón de adrenalina era tan grande que no me lo permitía.

Llamo a la policía instintivamente y les cuento que un tipo ha entrado en mi casa (¡en un noveno piso!) y me quedo de pie con el teléfono en la mano, respirando con dificultad. Tengo pensamientos extraños, me palpita el corazón como si fuera a salirse del pecho y caigo en la cuenta, menuda tontería, de que estoy en calzoncillos.  Recuerdo entonces que después del golpe en la ventana he oído voces, una conversación. Puede que haya alguien más. Cojo un cuchillo de la cocina y vuelvo al cuarto por donde entró el ladrón. Cierro la ventana por donde se coló y miro debajo de las camas. Nadie.

Ha pasado un minuto desde el aviso y la policía ya está llamando a la puerta. Dos patrullas casualmente estaban por la zona. Cuento lo que ha pasado a dos polis y me aseguran que varios “compañeros” están revisando el edificio. “¿Estás bien?”, me pregunta uno de ellos. “Sí, sí, no estoy herido ni nada”.

Instantes después, les dan el aviso de que han detenido a dos sospechosos en las escaleras, cada uno en una planta distinta. La policía me pide que los acompañe a identificarlos. Les digo que había más de una persona porque escuché una conversación, pero que solo entró en casa uno de ellos, el único al que podría identificar. Bajamos. Escoltado por la policía estaba el tipo que trató de entrar en mi casa. Dije que sí, que era él sin ningún género de dudas, lo esposaron y se lo llevaron a comisaría. En aquel momento me pareció una persona asustadiza, muy poca cosa, un pobre hombre con más miedo que una vieja en un columpio. Era rubio, medio calvo y con cara de no haber roto un plato en su vida (o al menos eso me pareció). Resultó que era polaco (y no ruso).

“Vamos a ver al otro”, dijo el poli, que en aquel momento me pareció mi mejor amigo. Chapeau por los zetas, se comportaron con una profesionalidad y eficacia increíbles. “Al otro no lo vi”, confesé. No hizo falta ir a su encuentro porque dos policías lo escoltaban para interrogarlo en la planta baja. Ese tipo me heló la sangre: casi dos metros de estatura, mirada dura y penetrante como de soldado que ha sufrido los horrores de la guerra, puro músculo, sin camiseta y con pantalones militares, la cabeza afeitada y tatuajes muy chungos por todo el torso que dejaban claro que había pasado por la cárcel. Y vaya si lo había hecho. Tenía antecedentes, entre otras cosas, por asesinato. Ay, Martin Amis, la fragilidad de la vida… ¿Y si el Rambo de la Europa del Este hubiera entrado en mi casa? ¿Ahí hubiera acabado todo? Bueno, no nos pongamos trágicos. El hecho de que alguien haya matado una vez no implica que vaya a hacerlo más veces, ¿no? Bueno, eso me gustaría pensar. El tipejo quedó libre, no había cometido ningún delito que pudiera probarse.

El juicio se celebró poco después. Fue rápido porque la cosa estaba más que clara. Al que entró en mi casa le cayeron dos años y, como tenía antecedentes, ingresó en prisión. Recuerdo que mucha gente me dijo entonces que dos años no era suficiente castigo. No tengo ni idea de la condena que cumplió finalmente, pero dos años de una vida en la cárcel es mucho tiempo. ¿O no recuerdas el paso de los 18 a los 20 como una eternidad? Cuando salió de la sala del juzgado me lo crucé de frente y ya no me pareció el hombrecillo asustadizo de aquella noche. Su mirada era desafiante y me pareció más alto y fuerte que ese día. Más peligroso, en una palabra. 

Es curioso, porque sólo tuve miedo cuando todo hubo acabado, cuando empecé a asimilar lo sucedido. Llegué a casa después de prestar declaración en comisaría y me sentía mareado, enfermo, acojonado. Volver a meterme en la cama me costó horrores. Todavía no me explico cómo actué de esa manera, lanzándome contra aquel tipo sin saber si estaba armado. Instinto de supervivencia, supongo. El caso es que siempre me he considerado más que un cobarde, una persona práctica. Valoro más mi vida que mis posesiones materiales. Al igual que Woody Allen, me tengo por una persona pacífica y “en caso de guerra solo valdría para ser prisionero”.
Para finalizar, os dejo los recortes del periódico donde se cuenta lo que sucedió con una exactitud que impresiona.
Todo correcto en el titular, salvo por dos detallitos: hay que dar por bueno que a mí en calzoncillos se me pueda considerar “una familia” y que no estaba durmiendo.

Ni estaba durmiendo plácidamente, ni vivo en un octavo, ni el ladrón rompió la ventana (solo la forzó), ni una familia se enfrentó a él ni tampoco, tócate los cojones, Mariloli, hubo nada de “cautela y diplomacia”. Lo demás, perfecto.