miércoles, 26 de febrero de 2014

LOS DRAGONES CONTRA EL FUEGO.



Hace unas semanas recibí este correo sobre un curso de técnico de brigada helitransportada, que tenía una pinta estupenda.



Esa es una de las cosas que hacemos los ingenieros de montes, dedicarnos a la lucha contra los incendios forestales. Leyendo el mail recordé que en mi infancia conocí a unos tipos que eran una leyenda en el mundo del pilotaje de helicópteros de extinción: unos militares rusos del Ejército Rojo que venían cada verano al Centro Operativo Provincial de Huelva para dedicarse a jugársela contra el fuego. Mi madre trabajaba entonces en el Cuerpo de Ingenieros y se dedicaba a coordinar los trabajos de extinción de incendios. 

Recuerdo que cuando le tocaba estar de de guardia iba con una emisora para estar informada al minuto de cualquier novedad (entonces no había móviles) y, no en pocas ocasiones, salía corriendo en su coche cuando un incendio se ponía serio. También hace las mejores croquetas del mundo, pero esa es otra historia.  El caso es que a veces iba al Cedefo con ella y allí conocí a los rusos.

Tengo un recuerdo un poco difuso de aquellos ases del aire. El piloto medio era una especie de Iván Drago, que lo mismo te calza una hostia que te viste de torero que aterriza en un cerro con el espacio justo para recoger a un retén, mientras el fuego sube por la ladera. Eran tipos duros, fríos, militares recios que combatían en Afganistán, donde los talibanes les estaban pateando el culo, por cierto, y que se tomaban los meses en Huelva casi como unas vacaciones. Llevaban ropa de camuflaje, peinado a cepillo, botas militares y lucían un tatuaje de un dragón, que imagino sería un emblema de su unidad o algo así.


Todos los días ponían en riesgo su vida transportando retenes o soltando agua o retardantes de llama sobre incendios descontrolados en la sierra. Era fácil tener un accidente en esas condiciones, pero, al parecer, nunca los veías nerviosos. Joder, sólo se trata de pilotar, nadie te estaba disparando con un bazooka o un Kaláshnikov. Pan comido. Cuentan historias de su valor y su habilidad como pilotos que entran ya en el terreno de la típica exageración andaluza. Los tíos eran la hostia. 

El helicóptero que manejaban era un Kamov, un bicharraco con una capacidad de 4,5 toneladas. Una pasada. Una vez me subí a uno. En tierra, claro. Para un niño es una experiencia inolvidable.



El caso es que, al final del verano, nuestros héroes regresaban a la madre patria en el Kamov y aprovechaban para llevarse de todo a casa, desde comida a electrodomésticos, ropa, etc. En aquel entonces, al ciudadano medio ruso le faltaba lo más básico. El sistema comunista empezaba a resquebrajarse. En el libro de Ryszard Kapuściński “El Imperio” se cuenta como se organizó una trifulca callejera tremenda en Rusia porque alguien aseguró que un miembro del Partido escondía un embutido, para que veáis cómo estaba el patio. Lo del embutido no me lo he inventado, lo juro, aunque igual no era en Rusia y era un país de la Europa del Este. No estoy seguro y me da pereza buscarlo y para el caso es lo mismo.    

Total, que la oportunidad para llenar la despensa era cojonuda. Volvían al hogar con el helicóptero hasta los topes, año tras año. Y fue precisamente el hecho de abrazar el sistema capitalista con ese afán lo que les costó la vida. En su último verano, cargaron tanto el helicóptero que desgraciadamente se estrellaron tratando de despegar.

miércoles, 19 de febrero de 2014

OISHINBO.



Mi trabajo me permite conocer a gente muy interesante, gente con la que, en circunstancias normales, no coincidiría de dedicarme a otra cosa. Es muy curioso ver cómo las personas que gozan de una posición privilegiada en la vida dan rienda suelta a sus aficiones sin las limitaciones que tenemos el resto de los mortales. Uno de mis clientes, por ejemplo, es muy aficionado a viajar. Tanto, que hace un tiempo decidió poner a una persona de confianza al frente de sus empresas y dedicarse, durante dos años, a conocer todos los países del mundo. Y cuando digo todos, son todos, no se dejó ni uno solo por visitar. Desde Djibuti a Suecia, pasando por la India, Ucrania y Canadá. Dos años sin parar de conocer países, uno por uno hasta completar la geografía mundial completa. Y ahora me contáis que os sentís trotamundos porque os habéis hecho el InterRail con 20 años.

Otro tipo para el trabajé es muy aficionado a los caballos. Tiene una finca con 75 ejemplares españoles, árabes, frisones, etc, sólo para su disfrute y el de su familia y amigos. No quiero ni pensar lo que le costará mantener el capricho. También conocí a uno que se construyó un campo de golf propio, únicamente para jugar dos días al año. No creo que la broma le salga barata.

Una vez le dije a uno de ellos: “Sois tan diferentes a nosotros, que hasta os morís distinto”. ¿Cómo que nos morimos distinto?, me preguntó. “Bueno, pues mucho se tiene que torcer la cosa para que yo la palme pilotando mi propio avión camino a una fiesta en mi loft neoyorquino o de un infarto fulminante por sobredosis de Viagra en una orgía con modelos suecas en mi yate”, contesté. Me tuvo que dar la razón.

El caso es que el otro día estuve en una reunión con una de estas personas fascinantes. Su despacho parecía copiado del de un ejecutivo nipón. Había cuadros de estilo art-pop japonés, bonsáis, biombos,  y una librería con cientos de obras sobre arquitectura, gastronomía, arte, historia, etc del país del punto rojo gordo. Empecé a salivar como el perro friki de Pavlov.

Cuando ya nos despedíamos reparé que en uno de los rincones del despacho había una reproducción de una hoja de un manga donde uno de los personajes tenía un parecido con el tipo más que evidente. “Ah, eso es de cuando me sacaron en Oishinbo”, comentó sin darle importancia.


Aquí, este señor (a la derecha) haciendo su aparición estelar en el mundo del manga.

Como soy bastante curioso, le estuve preguntando un buen rato sobre el tema y cuando llegué a casa estuve buscando información en internet. Hace años me aficioné mucho a los cómics, pero yo era de Marvel, DC y Norma y nada de mangas. Supongo que me pilló mayor. Encontré este artículo sobre Oishinbo, que me parece que está muy bien.

En resumen, podríamos decir que Oishinbo es un manga gastronómico. Los protagonistas viajan por todo el mundo buscando el menú perfecto. Es uno de los mangas con más éxito de la historia, con mas de 100 millones de tomos vendidos (los mismos que Doraemon o Golgo 13 para que os hagáis una idea). Es todo un fenómeno social.

Al parecer, los creadores de Oishinbo contactaron con él para documentarse para las aventuras de los protagonistas en España. Mi cliente, entre muchas más cosas, se dedicaba a la producción de jamón y exportaba con mucho éxito a Japón (bonito pareado). Durante unos días, el guionista y dibujante de la serie viajaron a la sierra de Huelva y fotografiaron todo el proceso de producción del jamón y luego crearon una historia donde mi cliente, los trabajadores de la finca y las localizaciones reales eran protagonistas. El resultado fue muy chulo e incluso durante un tiempo algunos japoneses lo reconocían por la calle y todo. No sé a vosotros, pero a mí me encantaría salir en un cómic. ¿Mola la historia o qué?